¿Por qué mentimos?

In Blog by Aroa FernándezLeave a Comment

Estos días estoy reflexionando sobre los motivos que nos llevan a mentir. “Mentiras piadosas”, “mentiras tapadera”, “mentirijillas”, “mentiras sin motivo”…

Mentimos porque creemos que la verdad es mucho peor, y que si nos descubren en aquello que pensamos inconfesable ya no seremos dignos de ser amados.

Es una cuestión de luz u oscuridad. En definitiva, es elegir entre una de las dos emociones primarias que existen: el amor o el miedo.

Un Curso de Milagros dice: “No me puedes querer porque yo soy un monstruo, pero si me quieres, el monstruo eres tú”.

Y ese es, en conclusión, el principio por el que se dinamitan las relaciones humanas.

Por ello nos escondemos, fingimos y mentimos, por miedo a que nos vean como creemos que somos. Tenemos un concepto de nosotros mismos tan erróneo y los pensamientos tan distorsionados que entramos en pánico cuando atisbamos la posibilidad de que alguien nos ame. Si finalmente nos dejamos ir en ese amor, entonces comenzamos a desconfiar del otro y nuestro subconsciente se alarma pensando en la clase de persona que tiene que ser el de enfrente para atreverse a estar con nosotros.

Así empiezan los mecanismos a funcionar, los engranajes comienzan a moverse y vamos cerrando nuestras filas. Este es el medio por el que un día nos encontramos frente al espejo preguntándonos en quién nos hemos convertido.

No siempre nos damos cuenta, pero nuestro cuerpo y nuestra mente nos dan avisos en forma de enfermedad, estrés, ansiedad… Perdemos a personas a las que amamos, no tomamos responsabilidad sobre aquello que nos sucede y creamos situaciones en nuestro día a día que tildamos de mala suerte o un “esto solo me puede pasar a mí”.

Mentimos incluso en las cosas más pequeñas, en aquellas para las que el esfuerzo de engañar es mayor que si nos limitásemos a decir la verdad.

Inventamos excusas, relatamos situaciones imposibles, elucubramos historias y así, nos vamos escondiendo en una cueva más y más profunda de la que cada vez es más difícil encontrar el camino de vuelta.

¿Y si dijéramos la (a veces incómoda) verdad?

Todavía me acuerdo de una conversación que tuve hace casi diez años con una pareja que acabábamos de conocer Christian y yo.

Habíamos subido a su piso y estábamos saludándonos, cuando uno de ellos pronunció la acostumbrada pregunta de cortesía: “¿Cómo va todo?”

Entonces Christian hizo algo sorprendente, que cambió completamente el rumbo de la conversación que tuvimos esa tarde.

“Pues la verdad es que no muy bien. Estoy durmiendo regular, dándole vueltas a cosas del trabajo que no tienen mucha solución. Estoy tomando valeriana, pero aún así…”

“Vaya. Nosotros también estamos pasando por una mala racha. A mí me acaban de recetar antidepresivos y no sé si me los voy a tomar.”

Ella también compartió algo sobre sus problemas digestivos y yo les dije que mi madre acababa de salir del hospital.

En lugar de deprimirnos por compartir noticias aparentemente negativas, lo que pasó fue que nos sentimos más conectados y unidos, más humanos.

Estuvimos hablando durante horas, escuchándonos con empatía y ganas genuinas de saber más. Primero sobre el tema de la depresión y los momentos críticos que habíamos tenido unos y otros, y después de todo tipo de cosas menos lúgubres, pero que brotaban naturalmente porque nos habíamos llegado a conocer mucho en poco tiempo. Charlamos sobre cocina, plantas medicinales, cine, la nueva tienda de Ikea…

Ese encuentro adelantó meses nuestra relación y nos descubrió las personas maravillosas que había debajo de las convenciones y los estereotipos. Nos convertimos en amigos en cuestión de horas.

Siempre que pienso en el poder de la verdad, me acuerdo de ese momento.

Cuando nos preguntan “¿Cómo va todo?”, “¿Qué tal?” o “¿Cómo estás?” podemos tomarlo como una invitación a ir más allá, si la situación lo permite, y ser honestos, tal y como hizo Christian ese día. Después de un momento de incomodidad (sobre todo si nos cuesta abrirnos), descubriremos que las personas están más interesadas en nuestro interior imperfecto que en el exterior reluciente que llevamos como máscara.

El hábito de mentir

El hábito de mentir está en todos nosotros. Mentimos para mantener una imagen, para no tener que “dar explicaciones” o “entrar en detalles”, para evitarnos juicios, para que no piensen mal de nosotros, para mostrarnos como creemos que vamos a ser amados.

Sin embargo, no vamos a ser amados por lo que no somos (por las falsedades que mostramos), no de forma real y profunda. Seremos amados, de verdad, cuando nos presentemos tal cual somos, con nuestras faltas, errores, inconsistencias… Con nuestra humanidad, en definitiva.

¿Qué pasaría si estuviéramos más armonizados con la verdad? ¿Si no pusiéramos excusas cuando llegamos tarde, cuando olvidamos una fecha importante, cuando metemos la pata en el trabajo o decimos algo inapropiado? ¿Si admitiéramos que hemos roto aquel jarrón tan caro? ¿Si dijéramos que no quedamos para salir porque no nos apetece y no porque nos encontremos mal? ¿Y si aceptáramos abiertamente que ya no pensamos o sentimos aquello que ayer sí?

Lo que ocurriría es que estableceríamos vínculos duraderos y nos amaríamos mucho mejor, nos daríamos cuenta de que los demás nos aman de la misma manera y están dispuestos a convivir con nuestras faltas, miraríamos de frente con mucho menos temor y no nos haría falta tanta energía para escondernos de todo.

¿Es posible vivir con honestidad? ¿Es posible darle al mundo la posibilidad de que nos vean tal y como somos? ¿Podríamos sostener tanta luz, tanta verdad?

Haremos un trabajo de crecimiento personal extraordinario si comenzamos a dejar de lado el miedo a que los demás nos vean y empezamos a ir mucho más livianos por la vida, expresándonos tal cual somos.

La nutrición emocional es la clave para dejar de engañarnos a nosotros y a los demás

La nutrición emocional es el cuidado de todos los otros cuerpos que nos conforman más allá del cuerpo físico. Es el alimento del corazón, lo que nos procura flexibilidad, resiliencia y empatía.

Nutrirnos emocionalmente es darnos cuenta de nuestros malos hábitos, como el de mentir y engañar, y aceptarlos, para ir cambiando poco a poco y con gentileza esa tendencia que nace del miedo.

Te propongo que durante una semana observes cuando expresas una mentira, pequeña o grande. Si prefieres decir que tienes un compromiso antes de rechazar un plan, si alabas genuinamente o para no quedar mal, si te cuesta compartir tus planes de futuro o a lo que estás dedicando el tiempo libre…

No se trata de ser totalmente (y brutalmente) honestos con todo el mundo y en todas las circunstancias. Hay que saber discernir cuándo la mentira surje del miedo y del qué pensarán de mí y cuándo lo hace de cuidar al otro (y en este último caso, preguntarnos si realmente esa mentira u omisión de la verdad es tan beneficiosa como creemos).

Lo primero es observar e identificar de dónde viene la mentira. Lo segundo, tal vez, darnos cuenta de que es necesaria. Cuando sintamos que la mentira ya no nos sirve, ya no la necesitamos para protegernos, podemos empezar a ofrecer nuestro verdadero Ser.

Quizá puedas sustituir algunas de esas mentiras por la verdad. Prueba a decir que algo no te apetece, que estás cansado, que no te gusta. Admite que te has equivocado, que fuiste tú quien cometió el error. Di que te has pasado la tarde sin hacer nada. Muestra esa foto en la que no sales muy favorecido.

Habla de algo que te dé un poco de vergüenza, con alguien que te transmita confianza. Descubre que puedes ser vulnerable y que vuestra relación se fortalece gracias a ese momento de humanidad compartida.

Pero, sobre todo, sé amable contigo mismo. Quizá no estés listo para decir ciertas cosas a determinadas personas. Quizá el miedo todavía sea muy grande. Respétalo, compréndelo, acepta tus limitaciones. Date tiempo. Y si fallas y te pillas de nuevo en una mentira que creías haber superado, recuerda que todo proceso necesita desarrollarse a su ritmo. Respira y conecta con tu verdad.

Y recuerda: seas como seas, eres digno de ser amado.

Cuando empieces a expresar quien eres realmente, verás que los demás te reflejan esta verdad.

Si quieres más contenido como este, únete a mi newsletter

Si te ha gustado este artículo, te invito a suscribirte a mi newsletter, en la que comparto más artículos como este y otro contenido exclusivo para suscriptores, como recetas descargables y ejercicios de nutrición emocional y alimentación consciente.

¿Te apetece reinventarte?

En mi newsletter Re-conócete comparto contigo todo mi conocimiento sobre nutrición emocional y alimentación consciente, mi experiencia en la cocina (con recetas riquísimas!) y mis reflexiones más personales, para facilitar tu propio autoconocimiento.

Persona a persona estamos creando el mundo en el que nos gustaría vivir. ¿Te unes a él?
Sí, suscríbeme a la newsletter
Terms and Conditions apply

Leave a Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.